El Parque Hidalgo

 

Uno de los sitios más emblemáticos del Pachuca de ayer que aún subsisten en nuestros días, es el Parque Hidalgo –otrora Parque Porfirio Díaz– surgido en 1861 dentro del entorno urbano, a raíz de la entrega de las instalaciones y anexos del Convento de San Francisco a las autoridades municipales, en cumplimiento de lo establecido en las leyes de Reforma, destinándose una parte de lo que fueran las huertas del monasterio al establecimiento de un Cementerio Municipal, el de “San Rafael”, y la otra como parque y paseo de la ciudad.

En un documento, fechado el 4 de octubre de 1862, consta el contrato celebrado entre José María de los Cobos, síndico del Ayuntamiento de Pachuca y el señor José Luis Revilla, para construir en este lugar “un paseo al estilo de la Alameda de la ciudad de México” en el contrato se hicieron constar detalles tales como la forma y medida de los andadores, el número y arquitectura de las fuentes, el tipo de monumentos, la descripción de los jardines, etcétera.

Por diversas razones, las obras no pudieron emprenderse hasta el año de 1879 y se terminaron un año después, en los últimos días del primer mandato del general Rafael Cravioto, quien le puso el nombre del ilustre triunfador de la Revolución de Tuxtepec, General Porfirio Díaz, nombre que fue cambiado por la Asamblea Municipal el 14 de junio de 1911 –cuando aún no había trascurrido un mes del derrocamiento del dictador– por el de Parque Hidalgo que aún conserva.

El Parque hidalgo ha sido a lo largo de más un siglo, centro de esparcimiento y algarabía infantil y sitio de románticas citas adolescentes, pero ante todo lugar de añoranzas para los adultos de todas las épocas.

La placa que hoy comentamos procede del año de 1920, poco después de que colonia Americana, donara la pérgola que fue colocada en su centro a fin de organizar festivales y ceremonias para los peques, que aquí aprendieron a andar en bicicleta e imitaron las hazañas de Pancho Villa, en el llamado cerrito, un montículo de unos dos metros de altura a cuya cúspide se llegaba después de sortear vericuetos y puentes imaginarios, así como supuestas guaridas donde las pistolas de fulminantes tronaban a diestra y siniestra en batallas utópicas.

El acceso por la calle de Hidalgo se hacía a través de esta reja de acero, que cerraba invariablemente a las 6 de la tarde para reabrirse a las 6 de la mañana del día siguiente. Bellos recuerdos que gracias a la imagen fotográfica afloran hoy en estas líneas mal escritas.

 

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SJA