Fotografía: Nelly Téllez

 

Pobladores del municipio de Santiago Tulantepec afirman que el Puente de Ahíla, uno de los principales accesos a la cabecera municipal, se ha mantenido a lo largo de más de 190 años gracias a los niños emparedados que están dentro la estructura arquitectónica.

Cuenta la leyenda que por las madrugadas, principalmente, al pasar en esta zona se escucha el llanto de las inocentes almas que fueron sacrificadas por quienes lo construyeron con el propósito de evitar que esta edificación se derrumbara con el tiempo, pues sus almas serían los guardianes ante los desastres.

Algunas versiones narran que los niños que fueron enterrados ya estaban muertos; pero otra versión cuenta que los infantes eran secuestrados y apartados de sus padres para aprisionarlos entre los muros mientras aún estaban vivos, pues el estar vivos era sinónimo de mayor duración.

Esta última versión se refuerza aún más por lo que cuentan algunos habitantes que afirman haber visto en algunas noches, cuando la obscuridad es más densa y fría, a una mujer que camina alrededor de la zona llorando y buscando a sus hijos, una mujer que desconsoladamente anda sin rumbo para desaparecer en la nada.

Nadie se ha atrevido a tirar el puente, tal vez porque temen que una maldición caiga sobre ellos o por comprobar aquellas prácticas crueles, porque esta creencia también está presente en otras estructuras como presas, conventos y puentes en otras regiones del país, por lo que podría no ser una mera creencia.

 

SJA