Primera en usar pantalones, manejar y presidir la Canaco Pachuca
Muchos dejaron huella, otros pasaron casi desapercibidos, pero solo sus fotos colgadas en los organismos empresariales nos llevan a recordar el desempeño que tuvieron empresarios como representante de este sector, que se supone, es el gran contrapeso frente al sector gubernamental, dado que el sindicalismo, o más bien dicho, dirigentes como Napito o Romero Deschamps parecen dormir el sueño de los justos y la siesta del mal del puerco tras el atracón económico que periódicamente suelen darse.
Inicio este espacio de opinión agradeciendo la invitación que se me ha hecho y aprovecho para recordar a quienes han contribuido a hacer el sector empresarial lo que hoy es. La memoria falla a veces y acepto los comentarios y observaciones que se me hagan.
Recordar a Graciela Macip de Díaz hace aflorar la sonrisa y el deseo de reconocer a esta empresaria que sin ser de Pachuca –nació en Puebla-, amó esta ciudad y contribuyó a su desarrollo, pero sobre todo, fue mujer de sentar precedentes.
Macip de Díaz –así, con su nombre de mujer casada-, fue la primera mujer no sólo en fajarse los pantalones y dar la cara como empresaria –don Rufino, su esposo, era trabajador burócrata-, sino en usar también esta prenda de vestir “masculina”, en una sociedad pachuqueña que no lo veía con buenos ojos.
Fue también la primera mujer –me aseguran muchos-, en manejar un automóvil, un taxi, propiedad de su marido, para transportar a su abundante prole –nueve hijos más dos nietos adoptados-, y después, para llegar a sustituir hasta a los choferes, en caso necesario, y llevar sus paletas y helados –Yom Yom- a estados vecinos y tan distantes como Oaxaca.
Con esa bravura y decisión, se distinguió en un mundo masculinizado hasta entonces, como directora de Comunicación de Coparmex Hidalgo, y presidenta –la primera mujer en hacerlo-, de la Cánaco Pachuca.
“A mí que no me cuenten”, dijo cuando aceptó la candidatura local a diputada por el PRI. Era la primera en llegar y exigir puntualidad en la 56 legislatura.
Porque su carácter era recio y le mereció el mote de “la Tatcher”, como le llamaban sus amigos, todos jóvenes, que la amaban, jugaban con ella y la convidaban a sus fiestas, como Daniel Ludlow Kuri. Su desquite fue apodarles “hooligans”.
“Pero Lolita, ¡mis hijos ya no me quieren dejar manejar, quieren que tenga chofer! ¡Pero naranjas, que me manden cuando esté vieja y me mantengan!”, me comentó una de las últimas veces que platiqué con ella, cuando abordaba su automóvil, saliendo de La Tiendita, a los 80 años de edad, para viajar a la Ciudad de México.
SJA