Hace 120 años, en mayo de 1899, el fotógrafo francés Abel Briquet llegó a Pachuca, cámara portátil de lente plegable y gran formato, a fin de captar imágenes de las más importantes minas y haciendas de beneficios activas en esta comarca minera y de paso realizar tomas de la vida cotidiana en el antiguo Real de Minas, entre las que destaca la que hoy se describe en este álbum gráfico.
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Habían transcurrido apenas 18 días del nacimiento del Estado de Hidalgo, cuando un grupo de esforzados pachuqueños preocupados del futuro de la naciente entidad, funda la “Sociedad Protectora de Educación Secundaria” con el exclusivo fin de abrir un plantel de educación superior que formara a las nuevas generaciones que habría de dirigir a la nueva entidad federativa, ellos fueron los doctores Miguel Varela, Marcelino Guerrero y el señor Agustín Cárdenas, a los que se aunaron más tarde el licenciado Ignacio Durán y el señor Felipe B. Guerrero.
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Cuenta la leyenda que a mediados del siglo 19, cuando Mineral del Chico vivía su más importante bonanza minera, dos bellas jóvenes habitantes de aquel lugar tuvieron un desliz pecaminoso, que motivó la furia de sus padres quienes ordenaron fueran recluidas como religiosas en conocido convento de la ciudad de México, de donde se fugaron.
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Hace 150 años concluida la vida del Segundo Imperio y restaurada la República el 15 de julio de 1867, se reanudaron las gestiones interrumpidas en 1861 para erigir a un nuevo Estado que llevaría el nombre del Padre de la Patria, gracias al esfuerzo de los entonces diputados al Congreso de la Unión, Manuel Fernando Soto, Antonino Tagle, Manuel T. Andrade, Cipriano Robert, Protasio Tagle, Gabriel Mancera, José Luis Revilla y Justino Fernández, todos representantes de los distritos norteños del Estado de México, que actualmente forman al Estado de Hidalgo.
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Recuerda Rodolfo Benavides, autor del “El Doble Nueve” la más leída novela sobre Pachuca y sus minas, a quien entrevisté en agosto de 1992, que en diciembre la ciudad se transformaba, tanto en las opulentas colonias como en sus populares barrios, sitios donde todo mundo estaba dispuesto a celebrar el nacimiento de Jesús, en el interior de sus casas o a cielo abierto en los arrabales.
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