El Día Internacional de la Infancia

“Muchas de las cosas que nosotros necesitamos pueden esperar, los niños no pueden, ahora es el momento, sus huesos están en formación, su sangre también lo está y sus sentidos se están desarrollando, a él nosotros no podemos contestarle mañana, su nombre es hoy”
Gabriela Mistral

El 20 de noviembre de 1959 y posteriormente en 1989, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó dos documentos internacionales fundamentales para la infancia, el primero fue la Declaración de los Derechos del Niño, de carácter no obligatorio y para 1989, la Convención de los Derechos del Niño, este sí de carácter obligatorio para los Estados que se comprometieran a su cumplimiento; aunque desde 1954 la propia Asamblea General ya había recomendado que se instituyera en todos los países un Día Universal del Niño.

La “importancia” que se les ha dado a los infantes por parte de los adultos, se aprecia desde la propia normatividad internacional y los tiempos en que se presenta. En cuanto al primer documento internacional no vinculante, surge con motivo de la conclusión de la II Segunda Guerra Mundial en donde muchas niñas y niños habían quedado huérfanos con motivo de aquel conflicto bélico; el propio principio 8 de ese documento pone énfasis en la realidad del momento de su expedición: “El niño debe, en todas las circunstancias, figurar entre los primeros que reciban protección y socorro.”

La respuesta más rápida que los adultos consideraron para cristalizar los derechos de niñas y niños, consagrados en la Declaración y otros con mayor alcance para cubrir sus necesidades más recientes, fue de 30 años. Así aparece la Convención, que sea de dicho de paso, es uno de los tratados internacionales más ratificado por los países, aunque sería cuestionable, si esto va aparejado con su cumplimiento.

Esta desidia de reconocimiento a la infancia no es nueva, se puede documentar en distintos tiempos y culturas en las cuales se ha invisibilizado la presencia de los menores de edad. Lo anterior fue estudiado por Philippe Aríes que escribió que la infancia “no existe antes del siglo XVII” y es que este autor, no se refería a que no hubieran niños antes de la mencionada centuria, sino que los menores no tenían relevancia en la conciencia social; así realiza un estudio de obras artísticas y artesanías, en donde comprueba que las figuras o pinturas de infantes realmente eran “adultos pequeños”, que por sus proporciones anatómicas o acciones, no correspondían a lo que se pretendía representar.

Todo el camino de la humanidad ha estado acompañado por los niños; sin embargo, la ceguera de los adultos les impedía verlos, los minimizo en el mejor de los casos y en otros, inclusive los excluyó. Sin embargo, en lo que se puede llegar a un consenso es que son personas con derechos plenos, pues sería muy mezquino pensar que alguien, por su edad, no puede acceder a todos estos, solo por su minoridad.

Y aunque pueda parecer que esto ya fue superado, lo cierto es que sigue habiendo conductas muy cuestionables de los adultos con relación a los menores; por ejemplo: al llegar a una reunión, ¿a quién nos dirigimos?

Más aún, la escucha activa, ya de por sí, compleja de realizar entre los adultos, entre éstos y los niños se hace más compleja ante conceptualizaciones como: Estás chavo, no sabes, no entiendes o son cosas de adultos; esto es una distinción entre lo que los mayores de edad creemos que tenemos y lo que no apreciamos en las niñas y niños, cuando son estos que nos dan verdaderas lecciones de vida, siempre que se les su lugar, se les reconozca y se les respete en su visión de vida, que en nada dista de una sabiduría de lo sencillo.

Lo más curioso en la formación de leyes para niñas, niños y adolescentes, es que por razón del diseño constitucional y legislativo, ellos no participan en dichos procesos, como si se contempla estructural y formalmente en los adultos ante normas que tendrán repercusión en su cotidianidad.

Mucho que hacer, hagámoslo.

 

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SJA